Estáis de acuerdo conmigo ¿verdad?
Por eso lo he escrito, para que empecemos con buen pie.
Aunque esa frase no la he dicho yo sino Eduardo Saéz de Cabezón, que es un matemático bastante simpático y popular.
Ya sé que es difícil de creer que matemático y simpático vayan en la misma frase pero mira tú por dónde que éste es de los pocos que lo consigue.
Aunque eso a nosotros nos da igual. A nosotros lo único que nos importa es lo que funciona y lo que no, lo que es eficiente y lo que no. Los datos ¿a que sí?
Pero los datos no siempre son lo que parecen. Bueno, eso ya lo sabes y por eso crees que nadie va a poder engañarte.
¡Esto es lo que tú te crees!
Porque lo datos son datos pero pueden presentarse de muchas formas diferentes. Además el modo de obtener esos datos puede cambiar mucho las conclusiones a las que llegamos o a las que hacemos llegar a nuestros lectores/clientes/usuarios.
Si no me crees, escucha esto. ¿Sabías que en los resultados de una encuesta puede llegarse a conclusiones muy diferentes con algo tan sencillo como cambiar un pequeño detalle de las preguntas? (Strack, Martin, Schwartz, 1988).
Verás.
Responde:
1. ¿Eres feliz? (de 0 a 10)
2. ¿Cuántas veces haces el amor a la semana/mes/año?
No sé lo que has contestado (ni quiero saberlo, allá cada uno con sus miserias o alegrías). Lo que sí sé es que si hubiera invertido el orden de las cuestiones, la correlación entre esas dos preguntas hubiera aumentado 0.51 puntos. No lo sé porque sea muy lista sino porque lo he leído en este libro de un premio Nobel en economía: Un pequeño empujón (C.R.Sunstein&R.H.Thaler, 2009).
Si quieres puedes comprobarlo tú mismo haciendo esta encuesta en tu entorno; aunque….espera…igual no es tan buena idea 🙂
Ahora llega el momento de sincerarme. El único motivo por el que he incluido este estudio es porque me han pedido que haga algo riguroso, objetivo, válido.
Pero si escarbas un poco verás que estas investigaciones fueron muy criticadas, casi todos las investigaciones sociales lo son.
Es mucho más fácil hacer un estudio biomecánico (por ejemplo), que un experimento en educación (y créeme, sé de lo que hablo).
¿Dónde quiero ir a parar?
¿Estoy desmotando todo lo que he dicho hasta ahora?
No.
O a lo mejor sí.
Depende de ti. ¿Qué quieres creer? ¿Números? ¿Datos?
Puedo dártelos pero… escucha, todos somos manipulables con las palabras. No te gusta la palabra manipulable ¿cierto? Reescribo, entonces: todos somos influenciables con las palabras. Y ahora ya he conseguido que estés de acuerdo conmigo ¿a que sí? Pues acabo de manipularte, digo de influenciarte.
Esta próxima semana te reto a prestar atención a todo lo que lees, lo que escuchas, lo que dices para conseguir que alguien haga algo, o piense diferente.
Vas a encontrar algunas.
Otras se te van a escapar.
Esas que se te escapan son justamente las buenas, aquellas en las que ni te das cuenta de que estás condicionado; o aquellas en las que has sido influenciado, de manera que parecerá que el que ha tomado la decisión eres tú.
Lo importante es que cada vez te harás más hábil detectando. Porque si estás leyendo esto es que además de analizar datos es necesario que sepas manejar el lenguaje como un auténtico mago. O como un hada madrina.
No te asustes. No te vas a convertir en un monstruo manipulador cuando domines el arte de la persuasión (o el copywriting, como lo llaman ahora).
Al contrario: vas a conseguir ayudar a muchas más personas con tu servicio o con lo que sea que hagas, produzcas, crees o proporciones. Vas a multiplicar tus resultados e incluso vas a dejar de tener esa sensación de intentar vender a conseguir que tus clientes estén deseando comprarte.
Y es que, igual que lo sabe nuestro amigo Eduardo, el matemático simpático, las palabras pueden hacernos sentir y actuar de manera diferente. Y no necesitamos de ningún estudio para saber que esto es así.
Lo que sí necesitamos es saber cómo hacerlo.